Junior...


Sus compañeros del 1º B del Polimodal lo vieron llegar temprano, tranquilo y callado como siempre, a la Escuela 202 "Islas Malvinas", en pleno centro de Carmen de Patagones. Sólo lo oyeron saludar. Minutos después, a las 7.30 y sin abrir la boca, el adolescente de 15 años empezaba a vaciar una 9 milímetros en el aula llena. Primero fue el terror, y enseguida el horror: tres chicos murieron en el acto, y otros cinco sufrieron heridas, tres de ellos de gravedad. 
Poco después, el espanto y el dolor fueron contagiando a los casi 30.000 habitantes de esta ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires. La noticia de la primera, incomprensible matanza en una escuela del país despertó ayer a los argentinos. El Gobierno nacional decretó dos días de duelo, y el Ministerio de Educación convocó a "una jornada de repudio, dolor y reflexión. 
Es un chico tímido, muy introvertido. Debe haberse vuelto loco", atinó apenas a decir una tía de Rafael S., hermana de su padre, un suboficial de la Prefectura Naval. El hombre estaba durmiendo —trabaja por la tarde— y la madre se había ido a la casa donde trabaja como empleada doméstica, cuando el muchacho salió rumbo a la escuela. El suboficial nunca supo que en el camperón verde que venía usando en los últimos días, su hijo se llevaba su arma reglamentaria, tres cargadores y un cuchillo de caza. 
La subsecretaria de Educación bonaerense, Delia Méndez, aseguró que "no había antecedentes de inconducta" en el chico. Una encuesta de la Dirección General de Escuelas había alertado, en el 20% de los colegios bonaerenses, acerca del componente violento en las formas de relacionarse de los alumnos con la escuela y entre ellos mismos; pero en Patagones no se registró ese problema. 
La semana anterior se habría proyectado en la escuela Bowling for Columbine. Una discusión con Federico Ponce —uno de los tres muertos—, el lunes siguiente, porque solía cargarlo en las clases de Educación Física, se convirtió en un intento por razonar lo inexplicable. 
Se lo había visto seguir con respeto la ceremonia de izamiento de la Bandera y dirigirse al aula. Todos los chicos esperaban sentados al profesor de Derechos Humanos, Carlos Ruiz, cuando entró Rafael. Sin decir palabra sacó la pistola. "¿Qué hacés, loco?", se aterró un compañero. Rafael lo apartó. Se paró "de frente al pizarrón, primero, y luego se dio vuelta con el arma en la mano para empezar a disparar, en un ámbito en el que había 29 compañeritos", relató la jueza de Menores de Bahía Blanca Alicia Ramallo, a cargo del caso. 
"Iba por el pasillo hacia el aula cuando sentí lo que creí era un petardo." Al oír más estampidos y darse cuenta de que eran disparos, Ruiz salió corriendo de la escuela y fue en su auto hasta la comisaría 4ª, que está a siete cuadras, porque el teléfono de la escuela no funciona. Llegó de contramano y tocando bocina, cuando ya aullaban los patrulleros, alertados por un llamado anónimo. 
Los primeros tiros impactaron contra las paredes. En medio del griterío, los chicos se zambulleron bajo los bancos. Rafael empezó a gatillar contra los cuerpos. Se desplomaron cuatro chicas y tres muchachos. Desesperados, otros alcanzaron a salir al pasillo, seguidos por Rafael. Allí cayó el último, Nicolás Leonardi, sangrando en un hombro. 
Había vaciado el primer cargador, con 13 balas. Sin pronunciar palabra, como en estado de shock, puso el segundo cargador en la pistola. Un chico consiguió dominarlo, lo calmó y le sacó el arma —contó la jueza—, que llevó a la Secretaría. Se quedó quieto y solo en un patio interno hasta las 7.43, cuando llegó la Policía. 
No se resistió. Todavía llevaba encima un cargador completo y un cuchillo de caza. El comisario Eduardo Diego precisó a Clarín que se recogieron 13 vainas servidas —correspondientes al primer cargador—, y que el que estaba en la pistola tenía 9 balas. Aún no se determinó si el muchacho hizo 17 disparos o si colocó ese cargador con cuatro balas menos. 
Federico Ponce, Sandra Núñez y Evangelina Miranda, de 15 y 16 años, murieron en el acto. Los heridos fueron trasladados al Hospital Pedro Ecay. 
Por orden de la doctora Ramallo, Rafael fue trasladado a Bahía Blanca. En el camino, el patrullero se cruzó con la jueza. Según voceros policiales, en un breve diálogo el chico se habría confesado arrepentido y dicho que no sabía por qué había actuado así. 
Ramallo ordenó alojarlo en la comisaría 1ª, en celda individual y con custodia personal permanente. Fue examinado por médicos legistas. Mientras la jueza se reunía en la escuela con los docentes, la Policía retiraba el pupitre de Rafael. Allí había tres frases en lápiz: "La mentira es la base de la felicidad de los hombres"; "Si alguien le encontró sentido a la vida, por favor, escríbalo acá"; y "Lo más sensato que podemos hacer los seres humanos es suicidarnos". 
Junior estuvo 90 días alojado en la base de Prefectura de Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca. Para conseguir su ubicación en el nuevo predio —ubicado en 127 y 50, a cinco kilómetros del centro de La Plata.